Historia

La madrugada del 27 de febrero de 2010, enfrentamos las ondas destructoras de uno de los más fuertes movimientos telúricos conocidos, que dejaron en evidencia no sólo la fragilidad humana, sino también la negligencia inescrupulosa de personas e instituciones, lo cual costó la vida a cientos de chilenos.

Durante nuestro peregrinaje post terremoto, comenzamos a abrir los ojos respecto de la indefensión en la que se encuentran muchas familias en nuestro país, producto de leyes que están obsoletas o que benefician los bolsillos de grandes conglomerados en vez de las personas. Nos dimos cuenta con tristeza cómo este desastre desataba la lucha despiadada entre los grandes poderes internos de la zona y con asombro veíamos la indolencia para abordar de manera eficiente, oportuna e integral las necesidades de las víctimas del terremoto.

En este escenario y con el paso del tiempo, el dolor y el cansancio que arrastrábamos, poco a poco se fue transformando, la impotencia y el llanto fueron mutando, y casi sin darnos cuenta todo comenzó a cobrar un nuevo sentido.

Empezamos a comprender que los protagonistas de los cambios sociales no son los gobiernos ni las instituciones, sino las personas, gente común que a través de sus experiencias, convicciones y disposiciones, son capaces de lograr los cambios que los países requieren.

Mientras recorríamos este largo y pedregoso camino, de manera insospechada y a raíz del bagaje de conocimiento y experiencias adquiridas, comenzó a forjarse una profunda conciencia ciudadana en el corazón de varios penquistas, entre ellos un grupo de sobrevivientes de Alto Rio y profesionales principalmente arquitectos de la agrupación Proyecta Memoria, que a raíz del terremoto comenzaron a proponer la protección del patrimonio arquitectónico chileno destruido por este desastre, a través de la recuperación y reciclaje de los escombros simbólicos.

Nos hizo sentido su planteamiento, porque también logramos como Comunidad Alto Río comprender que no es el olvido el que sana las heridas, sino el afrontamiento y preservación de la memoria de los acontecimientos. Recordar nos obliga a hacer el ejercicio de reprocesar las experiencias y emociones asociadas a ellas, y como consecuencia, lograr los verdaderos aprendizajes que requiere una comunidad que vive en un país sísmico como el nuestro.

A través del trabajo organizado de la Fundación, esperamos convocar a profesionales, instituciones públicas y privadas, universidades, comunidades y actores sociales, para unir esfuerzos y lograr nuestros objetivos.

Imaginamos que habrán escuchado muchas veces el término resiliencia, que explica la capacidad de una persona o grupo de personas para sobreponerse a condiciones de gran adversidad, de intenso dolor emocional o traumáticas, y que a pesar de ello, logran seguir proyectándose por encima de los acontecimientos desestabilizadores, consiguiendo incluso desenvolverse de mejor manera después, como si el trauma vivido y asumido hubiera potenciado recursos latentes desconocidos.

Creemos firmemente que nuestra comunidad es un ejemplo de resiliencia. A pesar de todo, hemos decidido avanzar en medio del dolor y reconociendo nuestra fragilidad e imperfección, hemos sido fortalecidos en nuestro ser interior, y en medio de tanto infortunio, hemos decidido mirar hacia adelante: Perdonar sin dejar de esperar justicia, Reconstruir con la experiencia como consejera, Derribar la insensibilidad de la ignorancia y la vanidad y Avanzar aprendiendo de la belleza de los corazones nobles y fortalecidos por la fe.

Seguiremos esperando lo bueno, lo justo y lo amable. Gente maravillosa salió a nuestro encuentro; otros damnificados, otros peregrinos, compañeros incansables en cada gestión, compañeros de esfuerzos, de esperanzas y de abrazos que contuvieron tantas lágrimas. A esas personas maravillosas todo mi reconocimiento y afecto profundo, porque han sido los líderes, silenciosos e invisibles, de la verdadera reconstrucción: la emocional y social.

Mónica Molina Ravanal

Presidenta

 

“Si ayudo a una sola persona a tener esperanza, no habré vivido en vano.”  (Martin Luther King.)

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